jueves, 4 de febrero de 2010

Propósitos Primos


3 de febrero de 2010.
Por San Blas la cigüeña verás.

Infructuosas propuestas levantan el vuelo y comienzan a anidar en mi azotea año tras año desde que intento hacer uso de la razón. Nunca me había sido revelado el porqué de su sempiterno fracaso, al que creía haberme resignado.

Esta noche he sido depositario de uno de los secretos mejor guardados por San Blas: el de la consecución de los propósitos de año nuevo. ¡Pobre incauto!, tras él vino la cigüeña hambrienta y... sin grano que custodiar ya no hay pósito ni ganas de callar.

El único motivo por el que nadie logra cumplir sus propósitos de año nuevo es, como en tantas otras cosas, por no acertar en la elección del momento adecuado. Somos más de seis mil setecientos millones de personas en el planeta; si todos cambiáramos de hábitos el mismo día, el mundo se acabaría. Como sería una deshonra que tal cosa acabase sucediendo por voluntad y necedad de criaturas tan infames, en aras de proteger la magnífica creación, no nos es permitido tener éxito.

Johannes Kepler, en la navidad de 1594, dos días antes de cumplir los veintitrés años, mientras a punto de dejar Tubinga y la teología empaquetaba sus trastos, descubrió –y ha sido la única persona en hacerlo– que sólo se reúnen las fuerzas necesarias para cumplir los propósitos cuando éstos se formulan dos días antes de cumplir un número primo de años. De nada sirve hacerlo cada Nochevieja. Aquella misma tarde, el joven Kepler se propuso escribir Misterium Cosmographicum. En otro atardecer navideño, esta vez en 1607 y a punto de cumplir los treinta y siete, se propuso escribir Astronomia Nova y asombrar al mundo con su descripción del movimiento de los planetas.

¿Por qué no se propondría Kepler escribir Propositum Primum? Eso sí habría supuesto un cambio disruptivo para millones de personas que habrían podido aprovechar las poco más de veinte oportunidades de éxito que se presentan en la vida. En lugar de eso, siguió dibujando elipses y rezando a San Blas.

Pasado mañana se me presenta la duodécima oportunidad de mi vida. ¿Habré aprovechado sin saberlo alguna de las once anteriores? Me temo que no. ¡Qué desperdicio!... más de la mitad de mis boletos premiados se han deshecho en la lavadora. Bien pensado, eso no es del todo cierto: me propuse empresas importantísimas cuando estaba por cumplir los veintinueve que pronto se hicieron realidad, pero esa es otra historia.

Apenas me queda tiempo para tomar una decisión de enorme trascendencia y los únicos propósitos que me vienen a la cabeza son cultivar un bigote refinado y adoptar un tic que aumente la comicidad de mi desgracia.

Gracias, San Blas, por no haber dejado nunca de escuchar la letanía de tu buen amigo Kepler y por haber confiado en la persona menos indicada.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Yo también en Babia


Sirva el retraso como expiación de mi intransigencia.

Pude comprobar ayer que ésta suele ser compartida a partes iguales por el intransigente y lo no transigido, que se convierte, a su vez, en intransigente antes que en réplica.

Sí señor, yo también disfruto diciendo cosas que sólo pienso (más bien, siento) durante un instante. No tiene importancia la magnitud de la falacia cuando ésta es pasajera, lo inevitable es mantener estable el binomio falsedad-vida de nuestras afirmaciones. Sólo las pequeñas mentiras pueden mantenerse toda una vida.

Hace unos días, mientras paseaba por el centro de Ciudad Real (eso me dijeron) un pensamiento me abordó y, tras las debidas presentaciones, me acompañó en mi protocolario deambular: ¿Tú qué eres, un perro o un gato? Y es que el manchego es tan anodino que sólo puede destacar si es un queso, en cualquier otro caso...

¡Dios! ¡Qué desasosiego! pero ¿cómo puede esta gente vivir así, sin saber si son perros o gatos?

¡Claro! Ya podía el hidalgo destacar en este campo de calabazas

sábado, 19 de septiembre de 2009

Por el Amor de Dios


Perdónate, Señor, si me ofendes.

Tantos años esperando mi momento,
...ntaitantos te he buscado sin cesar;
por fin te encuentro...
                                      y no te veo,
no te intuyo, no te creo, ya no más.

¡¿Qué clase de broma es esta?!

Has tenido misiones a mares, dignas;
ha vevido tu cáliz cualquier gañán.
Es imposible
                              que no fracasen
si tu nombre enarbolan sin piedad.

Perdónate, Señor. Sí, me ofendes.

Cambia el rumbo en alta mar tu último vuelo
mientras pierdo otra oportunidad.
Y tú a bordo
                                 de polizonte:
clamorosamente ubicua trinidad.

¡¿Con cuatro latas de jugo?!

Sintonizo cualquier Radio Esquizofrenia
cuando llega de tu hisopo la señal:
olvida todo,
                          no hay grandezas,
sólo tienes que creerme y no dudar.

Perdónate, señor Sí: me ofendes.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Ferdydurke en la orilla

Son las 5:35 de la mañana. Cuando se trata de andar a la deriva es francamente difícil imponerse una rutina y ser riguroso en su cumplimiento: no hay horas libres ni las hay tranquilas. Cuando de lo que se trata es de desgermanizarse, cualquier hora es perfecta para zarpar.
No ha querido Ferdydurke perderse mi silueta a contraluz, sobre los troncos todavía confiados en la quietud de estas aguas que ambos conocemos bravas. Me acompaña hasta la orilla canturreando, henchido, conocedor de la fecundidad de sus palabras.
Palabra fecunda Forma: frescura en la mirada no me falta. ¿Seré ya consciente de tu enorme influencia sobre la vida humana? Mi intención –te advierto– es hundirte en el océano. Desde esta misma balsa en que ahora partimos juntos sin rumbo, te lanzaré y en tu nombre ofenderé a Poseidón.
Palabra fecunda Inmadurez: frescura en la mirada no me falta. ¿Cómo hemos llegado a esto? Mi deseo –te aseguro– es desnudarte. Por ti emprendo este viaje ridículo y humillante; tú, mi Vellocino.
No concibo otra ambición que la de expresar y explicar, sanar y confesar. Así, sin champán que me bendiga ni brújula que me oriente, me voy.